Sólo una cosa me sorprendió, aparte de la pasta que echaban al cepillo
los feligreses, que fue lo mal que cantaba el cura. Joder!!
parecía...parecía... no sé qué parecía!! nunca había escuchado cantar tan mal,
ni siquiera haciéndolo a propósito. Yo pensaba que en eso del seminario, además
de llenarles la cabeza de pájaros, al menos enseñaban a entonar a estos hombres
de dios. Pero debe ser que no, que quien quisiera debía pagarlo como clases
extraescolares, porque de otra manera no me lo explico.
La verdad, no me acuerdo de qué canción era la que trataba de cantar, si
es que era una de esas versiones que la iglesia ha hecho de Dylan, Paul Simon o
los Beatles. Pero qué más da. Este hombre no creo que cantara bien ni siquiera
esas canciones que los marines gritan en sus sangrientas maniobras, como en el
sargento de hierro o la chaqueta metálica.
Y qué decir del coro de feligresas octogenarias, mas alejado de la
armonía que un banco de la filantropía. Pero esta gente no quedaba para ensayar
las canciones? claro que si el que dirige es el cura, ahora lo entiendo todo. O
peor aún, lo mismo lo hacen tan mal como él por si acaso el pobre sacerdote
considera que se están mofando de sus berridos y las envía al infierno por la
puerta grande.
El caso es que a pesar de ser un funeral, la cosa era cómica y no tuve
más remedio que reirme, porque no haberlo hecho era imposible, al menos para
alguien terrenal, como yo. Cuando tirando hacia el final de la celebración
pasaron las viejas con la cestita pidiendo pasta, me dio por asimilarlo a esos
artistas callejeros que pasan la gorra tras una brillante actuación en ese
escenario tan jodido que a veces es la acera. Y claro, pensé nuevamente, cómo
les iba a dar algo. Ni aunque de repente me hubiera entrado una vena
ultracatólica por la boca hubiera dado un duro por estos nuevos Abba de la
canción religiosa que eran el señor cura y su coro experimentado de abuelas
desafinadas.
Es más, advertí, espero que lo recaudado hoy no sea destinado por el
cura a sus pequeños vicios o a meterlo en el banco espíritu santo a plazo fijo
en un depósito tan divino como el de Cristiano Ronaldo, sino que por lo menos
lo invierta en unas clases de canto con los profes de operación triunfo. Si,
si, prefiero a Bustamante antes que a estos. Y si no, en un autotune de esos
que te afinan la voz aunque estés chillando como loco. O en último caso, en un
equipo de sonido para que ellos y ellas puedan hacer un playback a lo Milly
Vanilly pero sin bailes ni porros.
Una cosa sí fue buena... por si acaso algún día me entra un rollito
religioso y decido creer en dios, seguro que la primera vez que entre por la
puerta de una iglesia me viene a la cabeza la escena del otro día. Y entonces
entenderé nuevamente que ese dios no debe existir, porque desde luego yo en mi
casa no permitiría que nadie me cantara así, y menos en la oreja. Así que
saldré por la puerta dando gracias a los curas por alejarme nuevamente de este
invento que un buen día llamaron dios.
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